Decía la psicóloga Fina Sanz, que no hay atajos en los laberintos. A veces, intentamos acortar el camino, pero éste nos devuelve al propio camino, llevándonos a recorrer aquello que tengamos que recorrer.
Vayamos a observar el propio laberinto. ¿Qué estamos recorriendo en esta pandemia? ¿Qué está recorriendo cada quién individualmente y qué recorremos a nivel colectivo?
Escuchar en profundidad las experiencias de las personas que acompaño, las propias y las de mi entorno inmediato, me ha ido dando una visión de los laberintos que recorremos. Hay quien está confrontándose con experiencias del pasado no abordadas, con conflictos familiares, tensiones emocionales, miedos, temores, inseguridades y crisis vitales, entre otras cosas.
La figura del laberinto
El laberinto es una construcción hecha con uno o varios caminos que engañan a quien lo recorre para dificultar el encuentro de la única salida. En sentido figurado, laberinto se refiere a una confusión mental donde se presentan varios caminos, ideas y pistas, pero sin mostrar claramente una solución o salida. En la audición, es la liberación del laberinto posterior (oído) que puede afectar a los nervios que en él se originan. El laberinto es el encargado de ayudarnos a mantener el equilibrio, la orientación espacial y la información postural.
Solemos buscar la salida intentando huir o buscando la “puerta de atrás”, salir por donde entramos, pero paradójicamente la salida del laberinto reside en el centro. Es cuando lo recorremos todo y sin atajos cuando alcanzamos el centro del laberinto, donde reside la trascendencia, el elixir.
Los laberintos son símbolos arquetípicos presentes en todas las tradiciones culturales y periodos históricos. Refleja el camino de nuestra conciencia, del darme cuenta. Se ha relacionado con la Madre Tierra, con el retorno místico a la Madre. Esto significa que acoge la vida (nacemos de las semillas) y la muerte (volvemos a la tierra al morir). Simboliza la transformación y el conocimiento.
Transitar el propio laberinto
Transitar el propio laberinto es recorrer el camino emocional, la distancia que me separa de mí misma, abrir los ojos interiores a pesar de lo incómodo. Es entrar en un momento de resolución, de colocarnos frente al espejo, de mirarnos a los ojos, frente a frente, como pocas veces antes hemos hecho.
Este acto de sinceridad y de valentía, de descubrir aquello que ha estado enterrado en nuestro interior, revela dolor, pero también fuerzas y recursos propios que la mayor parte de las veces desconocíamos. Entonces, tocar la herida significa liberar y descubrir, reconocer, darles espacio a esas fuerzas internas que solo se activan cuando el ambiente interior lo reclama.
Aceptar el propio laberinto significa reconocer el camino hecho, los pasos que hemos dado, atesorar su riqueza, el conocimiento y sabiduría que se destila de nuestro propio recorrido.
Ojalá darnos cuenta del tesoro que ello supone, del tesoro que nos habita y que se despliega en cada paso que damos, nos invite a seguir caminando, con algo más de confianza en nosotres mismes, en nuestra capacidad y habilidad para recorrer nuestro propio camino. Incluso y a pesar de la incomodidad inherente al laberinto; para presenciar el maravilloso espectáculo que es observar el despliegue de los propios recursos y fuerzas internas.
Las personas traen heridas, miedos ancestrales, salen a la superficie tabúes, heridas no tratadas, silenciadas, ocultadas. La psicoterapia se convierte en ese espacio en el que tomar consciencia del proceso de transformación. Darnos cuenta de que todo aquello que se ha intentado ocultar, tapar, reprimir, durante años e incluso generaciones está saliendo a la luz.
Emociones, vivencias, conflictos y en definitiva el material psíquico, aquello que reposaba en las profundidades del alma está subiendo a la superficie y parece casi inevitable abordarlo. Los mecanismos de defensa, los intentos de no ver hacia adentro parecen estar llegando a cierta saturación: o se van cayendo o no funcionan de la misma manera. Entonces, el camino se abre inexorablemente: no hay opción, o se recorre o se recorre.
Ese darse cuenta de que el laberinto es el propio camino interior, me hace pensar en las palabras de Jeff Foster cuando apacigua diciendo: “no hay camino fuera del camino, todo es el camino”. Así que es imposible estar “mal” o estar en lo erróneo, esto último sencillamente no existe. Entonces, intentamos tomar consciencia de qué camino estamos recorriendo.
Desarrollar la visión amplia, la visión de águila, que me permite darme cuenta de quién soy, qué estoy sanando, qué se está liberando, qué experiencias están emergiendo, qué patrones estoy dándome cuenta de que repito una y otra vez, qué está entrando en crisis en mí.
Todo ello, todo lo que se exprese y se manifieste seguramente a través de una incomodidad, de un malestar, es lo que está emergiendo para ser sanado. Observar nuestra interioridad puede, entonces, darnos pistas, convertirse en un faro que nos de luz sobre esa herida emocional y psicológica en proceso de curación, de transformación, de liberación.
Sanar lo propio sana lo colectivo
Ahí tenemos el camino personal, pero ¿cuál es la relación entre lo individual y lo colectivo? ¿qué significa recorrer el camino personal? ¿cómo afecta al colectivo y a la inversa?
Aunque uno de los ingredientes que hemos resentido en mayor manera en esta pandemia es el aislamiento, la separación, la desconexión social, este espejismo no nos debe empañar las gafas interiores: inevitablemente estamos recorriendo este camino juntes.
Trascendemos colectivamente, eso está claro. Entonces, cada quien haciendo su camino está tratando su propio territorio y, a la vez, tejiéndose con el de otros. Siendo conscientes de la unicidad entre lo individual de lo colectivo. Y considerando que los laberintos individuales están, a su vez, entretejidos con información transpersonal: transgeneracional y del imaginario colectivo, podemos ver claro por qué sanar lo propio sana al colectivo.
Cada una teje su camino, su historia, sana las historias pasadas, trasciende, cae, se levanta, transforma, se confronta, etc. y, todo ello, caminando y tejiendo las unas con las otras.
Aprender a caminar y a perderse…
Entonces, me pregunto ¿qué estamos construyendo? ¿qué estamos tejiendo en el seno de nuestras sociedades? Seguramente, tendremos perspectiva en algún momento del camino o no. Quizá aprendamos a sentarnos plácidamente en el laberinto viviéndolo y experimentándolo, sin esa necesidad imperiosa de pensarlo y entenderlo.
Quizá aprendamos a caminar de la mano de la incertidumbre sin que nos paralice, aunque la consideremos una invitada poco amable, quizá este mirar hacia adentro nos devuelva un reflejo del enorme aprendizaje que es atravesar una pandemia.
Quizá podamos entrever ese caminar juntas que estamos haciendo de una manera u otra, cada quien a su ritmo y desde su lugar, aprendiendo a perdernos, así como aprendemos a encontrarnos, todas las veces que necesitemos.
Y quizá, las miradas se sostengan a pesar del tiempo y alcancemos a vernos en el reflejo del otro, sabiéndonos sostenidas por este hilvanar de hilos invisibles que nos unen, mientras pensamos que estamos separadas.